domingo, 4 de octubre de 2009

El Espejo

Horacio amaba a Horacio. Yo fui testigo de eso. Los vi besándose en el espejo y me quedé pasmado al ver la escena. Se veían tan iguales, tan idénticos, tan acoplados en ese amor extraño. Se movían al mismo tiempo, hasta en el suspiro más sublime sus pleuras se sincronizaban y mostraban a la realidad un sólo suspiro, gemelo, interminable.

Nunca fui partidario de los espejos. Pero Horacio insistía en que pusiéramos uno en el baño. En el momento en que me dijo: “Hombre, necesitamos un espejo. Estoy harto de peinarme con el reflejo de la tina” debí haber sospechado algo. Aunque como la mayoría de las veces, él lograba convencerme y sus deseos se volvían órdenes.

Eramos compañeros de habitación desde hace unos dos meses. Él estudiaba ingeniería, yo medicina. Él vestía de negro, yo de gris. Él tenía los ojos cafés, yo azules. Él tenía novia, yo un hámster. Él era heterosexual, yo dudaba de mi propia sexualidad a cada instante.

En el preciso instante en que lo sorprendí besando a su propio reflejo mis instintos ocultos se activaron. Sentí como mi homosexualidad fluía desde mi vientre y se asomaba por mi boca con una sonrisa perversa, una sonrisa inclinada un poco a la izquierda, una sonrisa que no decía palabras, pero si acciones.

Horacio cerró la puerta avergonzado, no trató de explicar porque besaba a su reflejo. No dijo siquiera una palabra, cerró la puerta e hizo como que ahí nunca había pasado nada.

Por las noches me asaltaba el recuerdo febril de ese espectáculo. Le daba mil vueltas y no lograba comprender el por qué de mi calor. No podía entender el por qué de mi impacto, de mi insistencia en repasar una y otra vez la imagen del espejo. Me sacudía mi propio cuerpo y no me dejaba dormir. Eran las dos y no podía conciliar el sueño. Algo faltaba ahí, algo necesitaba ¿Que sería?

Abrí la ventana para apagar el fuego que se me había prendido en el pecho, miré la calle buscando distracción y sólo pude ver perros peleando. Se ladraban furiosos, se enseñaban los dientes, amenazantes, y se revolvían todos contra todos, arrancándose pedazos de carne los unos a los otros. Peleaban por aparearse, por perpetuar su especie. Se movían en torno a las feromonas, en sus cabezas no había nada más que instinto punzante e insistente. Un instinto caliente que les hacía hervir las entrañas y que los hacía babear. Su única motivación era cogerse a la perra y luego desaparecer. Esa motivación definitivamente no resulta en mí.

El frío de la noche y la orgía de los perros no lograron enfriarme los ánimos, aunque tampoco me los calentaron, no vayan a pensar que soy un zoofílico.


Preferí vestirme y salí a dar una vuelta por la avenida. La noche era oscura, las almas dormían y las estrellas me miraban desde lo alto, con su imperturbable presencia. Saqué de mi bolsillo un chicle y mientras masticaba me puse a pensar, a buscar el momento exacto en que toda esta maldición comenzó.

Mi concepción de los géneros siempre fue más baja que la del promedio de los mortales. Nunca he distinguido entre hombres y mujeres: mis ojos ven personas. Personas que sienten, personas que aman. Nunca pensé en hombres o mujeres que sienten, en hombres o mujeres que aman. Tal vez ese es el problema.

Vale decir que hasta este momento las personas que habían logrado complicar mi existencia habían sido sólo mujeres. Por eso es que nunca antes me había hecho esta pregunta. Y por eso es que no tomaba en cuenta al calor que crecía dentro de mí cada vez que mis amigos de adolescencia me abrazaban o se cambiaban de ropa en los camarines frente a mí.

El hecho de no haber sentido nunca antes este extraño sentimiento (que ni yo mismo comprendía, que iba más allá de lo físico) por un hombre es lo que me complica ahora. Y no me complica por mí, sino que me complica por él, por los demás, por lo que van a decir cuando se enteren. Y es raro... porque no me siento homosexual, sin embargo me gusta un hombre... ¡Que estupidez! ¡Que enredo! Me gustaría poder encontrar las respuestas a todo esto, no obstante nada es claro, nada es suficiente.

¿Qué se supone que soy? ¿Homosexual? ¿Bisexual? ¿O es como dicen algunos, “Se te va a pasar, es una etapa nada más. A muchos nos ha sucedido”? De tanto hacerme esta pregunta llegué a la conclusión de que no vale la pena perder tiempo en buscarme una etiqueta mental. Soy una persona, eso soy, antes que todo lo demás soy un humano, con derechos y con deberes. Alguien que siente, que piensa, que sueña... y punto... mejor no me complico más.

Y ahora voy a lo puntual, a lo que pasó esa noche. Cómo decía, iba masticando chicle por la avenida y buscando el momento exacto en que me enamoré de Horacio cuando me encontré con la respuesta. Estaba ahí, en el suelo, tendida junto a otras respuestas similares, me miró con sus ojos tímidos y me ofreció una sonrisa. Yo la saludé, me la eché al bolsillo y di media vuelta. Comencé el retorno a mi habitación. Pisé cada una de las huellas que había dejado antes y tiré el chicle por ahí. Subí las escaleras silenciosamente, abrí la puerta. Comencé a caminar por la sala central y la respuesta me dijo lo que tenía que hacer.

Fui a la habitación de Horacio, y mientras giraba la manilla de la puerta pensé en la respuesta. Era una hoja de árbol que había recogido en la avenida. ¿Qué significaba esa hoja? Mucho. Significaba que los días son como las hojas de otoño. Se van cayendo uno a uno hasta que llega un punto en que se acaban. No quería que se acabaran mis días sin que él supiera que me pasaba algo con él.

El recuerdo de la escena del espejo me asaltó nuevamente. Entonces mi mente se iluminó y me indicó todo: quería a Horacio más de lo que estaba permitido. Lo necesitaba, quería darle las gracias por haberme ayudado tanto... quería celosamente quitarle el puesto a su reflejo en el espejo y ser yo quien recibiera ese inexplicable beso.

Me miró con ojos extrañados y luego de bostezar me dijo:

-¿Qué pasa? ¿Hay algún problema?

-Lo que pasa – dije yo – es que hay un tema que quiero hablar contigo.

-¿De qué se trata? Porque si es acerca del alquiler quiero que sepas que ya lo...

-No... no es acerca de eso.

-¿Entonces?

Hubo un silencio cortante en la habitación. No me sentía capaz de decir algo y sin embargo si no decía una palabra iba a desfallecer. Cerré los ojos, apreté los puños y escuché sus pasos, cada vez más cerca mío.

Pasaron mil años o un segundo, no lo sé. Pero cuando abrí los ojos casi muero al encontrarme con su rostro, cerca de mí... tan cerca que podía sentir el calor de su respiración y el aroma de su piel.

-Es por lo del espejo... - dijo él.

-¡No! Lo que pasa es que...

-Cállate – me interrumpió - ¿Acaso crees que no te conozco, enano?

Era cierto, siempre adivinaba cada uno de mis secretos, me leía como si fuese un libro abierto. Pasaron los segundos y en sus ojos había una ternura especial. Una ternura que se había formado con el tiempo.


Él era tres años mayor, y mucho más alto que yo. Lo conocí el primer día de clases. Yo era nuevo en la universidad y ese día los estudiantes del centro de alumnos andaban dando una charla. Él era el vicepresidente del centro de alumnos. Se acercó para hacerme una pequeña encuesta.

-Hola, ¿Puedo hacerte unas preguntas?

Me puse muy nervioso, contesté despacio y desvié la mirada cuando sus ojos decididos me escrutaron con fuerza:

-Si...

-¿Cómo crees que podríamos mejorar la calidad docente?

Contesté con el mismo nerviosismo y me interrumpió su risa. Me sentí horriblemente torpe, no obstante él me calmó:

-Perdón... es que... te encuentro tan niño...

Volví a desviar la mirada y creo que hasta me ruboricé un poco. Al igual que esa noche, en la habitación de Horacio. Aunque sólo yo supe que mis mejillas se habían enrojecido.

La noche parecía no acabar nunca y llevábamos ya casi tres minutos sin decir nada. Cuando de pronto sentí como me acogía en un abrazo precioso. No soporté más y mis lágrimas cayeron acompañadas de un débil hilo de voz:

-Si... es por lo del espejo...

Entonces me miró a los ojos, me regaló una sonrisa tierna. Cerré los ojos y... y... y de pronto en la oscuridad de mi mundo se prendió la luz, con el calor y la humedad de un beso. El beso más ansiado que había tenido hasta entonces. No existía ni pasado ni presente. No tenía idea de cómo estaba pasando, no tenía idea de nada más que del momento.

Me volvió a mirar con la ternura de siempre y me dijo:

-Hasta mañana...

Entonces se acostó en la cama y me quedé ahí, parado en su habitación sin atreverme a nada. Pasaron los minutos, las horas quizás y él ya estaba dormido. Yo simplemente lo miraba y no me reponía del impacto de lo que había sucedido.

Salí de la habitación temblando y me recosté en el sofá. Me quedé dormido y cuando desperté él ya no estaba, y sus cosas tampoco. Tomé mi celular, marqué su número doce veces. No me contestó nunca, así que le mandé un mensaje de texto que, por insistencia, contestó.

-LO SIENTO...SOY HETEROSEXUAL...

Eso era todo... y no hemos vuelto a hablar nunca más. Algunas veces, luego de lo que pasó, me lo he encontrado en la calle y en algunos eventos de la universidad, aunque ya ni siquiera me mira. Seguramente amaba demasiado a su novia, o a lo mejor Horacio se puso celoso y le dijo a Horacio que se alejara de mí.

2 comentarios:

  1. Realmente me a gustado mucho!Aunque el final es algo triste he inesperado ^^

    Espero poder muchas mas entradas tuyas!!^^

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  2. Creo que fue el primer texto que leí tuyo... y aún recuerdo la sensación del principio... Aquello me encanta ^^...

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